El mes de noviembre comienza con la solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de los fieles difuntos, dos celebraciones que nos recuerdan que todos tenemos un destino eterno. Un destino que no es automático ni indiferenciado, sino que depende de nuestra respuesta a la invitación del Señor a la unión personal con Él.
Para hacer posible esa unión, el Hijo eterno de Dios ha entrado en nuestro mundo haciéndose hombre, de manera que, a través de la humanidad de Jesús, Camino, Verdad y Vida, podamos llegar a la Trinidad: “quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9). |